La experiencia de Coraliz en St. Jude marcó su camino profesional
Esta laboratorista encuentra inspiración y propósito tras su tratamiento de cáncer.

4 de agosto de 2025 • 5 mínimo
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Cada resultado puede cambiar una vida.
Por eso, Coraliz da lo mejor de sí en su trabajo como laboratorista.
Se asegura de que cada análisis sea preciso y significativo.
Donde otros solo ven una muestra de laboratorio, ella ve a una persona real —con un nombre y una historia—. Donde otros ven un diagnóstico, ella entiende lo que está en juego para el futuro de esa persona y el de su familia.
Le toca analizar de todo: desde sangre hasta bacterias.
Y en su trabajo en un laboratorio clínico de Misisipi —donde procesa muestras tanto de adultos como de niños— no hay margen para la distracción, ni tampoco para el error.
“Puede ser una labor muy estresante, pero intento obtener los resultados lo más rápido y preciso posible, para asegurarme de que esa persona termine recibiendo la atención médica que realmente necesite”, dijo.
Y a pesar de tener tanta vocación por su quehacer, recuerda que no fue hasta terminar la secundaria que conoció sobre este campo de estudio.
“Siempre me ha interesado la ciencia y la investigación. Y cuando conocí esta carrera, pensé: ‘este campo es perfecto para mí, porque quiero formar parte del cuidado de salud de los pacientes, aunque no esté cara a cara con ellos’”.
Para Coraliz es muy importante recordar que detrás de cada muestra de laboratorio hay un rostro y una historia, porque ya ha estado en ese lugar “muchas veces”. Ha aprendido a combinar sus conocimientos con una compasión que no se aprende en la universidad: nace de su propia historia como paciente de St. Jude Children's Research Hospital®.
Tiene 24 años, pero fue a los 10 cuando llegó a St. Jude con un diagnóstico de osteosarcoma, un tipo de cáncer de hueso que se observa con más frecuencia en niños y adultos jóvenes.
Todo comenzó tras un golpe en la pierna durante una clase de educación física.
"Mi pierna comenzó a hincharse, casi al tamaño de una pelota de béisbol", recordó.
Fue una época confusa, llena de preguntas e incertidumbre.
Todavía recuerda su primera noche en St. Jude como si fuera ayer. Era tarde—pasada la medianoche—cuando llegó, agotada y con miedo. El temor se le había instalado en el pecho, pesado e imposible de ignorar. Pero en cuanto cruzó esas puertas, algo cambió. El personal no solo la recibió, sino que la acogió, con brazos abiertos. Su amabilidad atravesó la incertidumbre, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que, tal vez, no estaba sola en esta nueva etapa.
“¡Nunca había visto un hospital tan colorido y lleno de arte! Todo el personal, los pacientes, las familias... todos eran muy amables y acogedores”.
Allí pasó nueve meses de tratamiento que incluyó quimioterapia y la amputación de una pierna. Sus padres dijeron que el personal se tomó el tiempo para explicarles cada etapa del tratamiento con sensibilidad y compasión, ayudándolos a prepararse tanto mental como emocionalmente.
“Nunca nos sentimos solos; siempre hubo alguien allí para guiarnos en cada paso. Lo más significativo para nosotros fue que no solo cuidaron de nuestra hija, sino que cuidaron de toda nuestra familia. Todo el personal nos trató con amabilidad, siempre con una sonrisa y una mano dispuesta a ayudar. Ese tipo de apoyo marcó la diferencia”, dijo Lesbia, su mamá.
Lesbia estuvo a su lado en todo momento. Su padre, Omar, y su hermano mayor, Joshua, la visitaban frecuentemente desde Alabama, donde la familia residía en aquel momento.
"Recuerdo que en St. Jude, si tus resultados de laboratorio estaban bien, podías irte a casa una semana a ver a tu familia. Esos resultados lo eran todo. Por eso me esfuerzo tanto".
En enero de 2012, los médicos le confirmaron que ya no había evidencia de cáncer.
"Fue una experiencia transformadora en el mejor sentido. Me hizo quien soy y estoy agradecida por eso".
“Aprendo algo nuevo cada día”
La experiencia en St. Jude cambió su manera de ver la vida, dijo. "Me gusta decir que soy una ‘obra en construcción’. Aprendo algo nuevo cada día. Y siento que manejo el estrés de forma distinta, sobre todo trabajando en un entorno médico con mucha presión".
Pero Coraliz no sólo convierte muestras en resultados que importan. También transforma colores en figuras que representan consuelo y esperanza. En especial, prefiere utilizar acrílicos y lo que más disfruta crear son flores y paisajes.
“Me encanta dibujar, pintar, todo lo que tenga que ver con arte y manualidades. Y es una de mis mejores formas de aliviar el estrés y expresar mi creatividad, mientras le transmito alegría a los demás”.
El amor al arte es algo que le inculcó su padre desde pequeña.
“Cuando reflexiono sobre la relación con mi hija, no solo pienso en nuestras conversaciones o enseñanzas; pienso en los momentos de silencios que compartimos (mientras pintamos). Esta forma de expresión artística se ha convertido en nuestro lazo”, dijo su papá. “En esos momentos, entendemos que el arte no es solo una pasión para nosotros; es un espacio donde compartimos ideas y también recuerdos que atesoramos”.
“Esta obra trata sobre superar obstáculos. Las montañas simbolizan que siempre hay luz al final del túnel — un recordatorio de que mañana es un nuevo día y al final, todo mejora.”
De igual forma, dijo que el arte fue una herramienta terapéutica durante su tratamiento: “Me permitió sobrellevar lo que estaba pasando”.
En St. Jude no sólo encontró varias oportunidades para expresar su vena artística, sino que le permitieron exhibir sus creaciones en murales, camisetas y hasta en la famosa esfera de Times Square en 2013. Uno de sus dibujos con lápices de colores —un diseño de una rosa— fue transformado en una pieza especial que luego fue grabada en un panel de cristal para la esfera de Año Nuevo en Times Square.
"Fue uno de los momentos más especiales de mi vida; ver mi arte ahí fue algo que nunca olvidaré", dijo evidentemente emocionada.
Inspirar desde el ejemplo
A la mayoría de pacientes que tienen una amputación o cirugía para preservar las extremidades les va bien con el tiempo. Informan tener un funcionamiento físico y una calidad de vida buenos.
En el caso de Coraliz, fue necesario amputar su pierna izquierda. Luego, recibió fisioterapia para recuperar la fuerza y la movilidad en su pierna derecha.
“Esta pintura representa manos sanadoras en todas partes: el apoyo que recibimos de amigos, familiares y personas que se preocupan por nosotros.”
Sin embargo, era algo que le generaba mucha inseguridad, sobre todo en la escuela.
“Pero ahora se ha convertido en parte de quien soy”, dijo con plena convicción, “y quiero mostrarles a otras personas con discapacidades que, si yo pude, ellos también pueden lograrlo”.
“Siempre digo que mi pierna prostética es mi trofeo por vencer el cáncer".
Ella también recuerda a una enfermera de St. Jude que le sirvió de gran inspiración para seguir adelante.
“Ella solo tenía una mano y lo hacía todo, desde cambiar catéteres intravenosos hasta sacar sangre. Nadie lo notaba porque lo hacía perfecto", dijo.
Han pasado 13 años desde su tratamiento y visita St. Jude cada 5 años como parte del estudio St. Jude LIFE, un programa de investigación pionero para comprender las necesidades de los sobrevivientes de cáncer infantil a largo plazo.
Dice que cada visita sigue sintiéndose como volver a casa. Más adelante en su carrera, espera regresar—no como paciente, sino como parte del equipo.
“Volver a St. Jude como profesional, no solo es un sueño; también sería una forma de cerrar el círculo, porque quiero ser parte de eso tan increíble que hacen”, dijo.
A diferencia de otros hospitales, la mayor parte de los fondos que recibe St. Jude proviene de generosos donantes. Para entender por qué ese apoyo es tan importante, Coraliz lo resume mejor que nadie: "St. Jude me dio más que tratamiento. Me dio dirección, amistades, familia y mi futuro. Me devolvió la vida".
